La palabra de DOMINGO VARAS/ Desde Madrid una tarde en el Metro

96582313_10222289114521877_6013809801950134272_n
DESDE MADRID/ UNA TARDE EN EL METRO
Por Domingo Varas Loli
Cuando el gobierno español decretó un día libre para aliviar la rigurosa cuarentena que ya dura más de cincuenta días, decidí salir a recorrer las calles de Madrid. Me ganaba la atracción por la luz, quería disfrutar del sol a plenitud. Por eso se me ocurrió ir al parque del Retiro. Pero un amigo me avisó que estaba cerrado. Entonces, no se me ocurrió mejor idea que salir a pasear en el metro y dejarme llevar por el azar.
Caminé hasta la estación Estrella, bajé los peldaños y cuando oí el susurro metálico de trenes que llegaban o partían sentí que ingresaba a un mundo paralelo. Desde que conocí el metro de París, hace ya más de tres décadas, no he podido abandonar la sensación de extrañeza que se apodera de mí cada vez que ingreso a esos pasadizos laberínticos en los que sospechaba habitaba una fauna parecida y, al mismo tiempo, extraña a los que vivían en la superficie.
No pasó mucho tiempo antes de que el tren se detuviera en el andén y con un chillido abriera sus puertas, de las que bajaron unas cuantas siluetas embozadas con mascarillas. En los vagones viajaban escasos pasajeros que se miraban unos a otros con cierta reticencia y se auscultaban de reojo, tratando de pasar desapercibidos. Rápido me di cuenta que todos se mantenían a la distancia de dos metros y me senté en un asiento lejos de los demás pasajeros.
Tenía en mis manos la edición dominical del diario El País que me puse a leer. No podía evitar, sin embargo, escrutar cada una de las estaciones por la que atravesábamos. Ibiza, príncipe de Arganza, Callao, Rubén Darío, Nuñez de Balboa… Todas lucían espectrales, solitarias, taciturnas, aun las más frecuentadas como la estación América que es una de las más grandes del metro de Madrid. No tenía una ruta fija, por lo que decidí bajar en la estación que más me atrajera, ya sea por el nombre o por su aspecto. Un día que recorría el dédalo de estaciones me bajé en la estación Rubén Darío solo para rendir un homenaje personal al autor de Lo fatal. Hay otras estaciones en las que pienso bajar sin rumbo porque me llaman la atención y sospecho que me deparan una sorpresa.
Confieso que aún no he aprendido a moverme con soltura en el metro de Madrid. La cuarentena truncó mis recorridos por este paisaje subterráneo que más que un lugar de tránsito para mí es un territorio de sorpresas, una frontera en la que culmina la realidad pedestre y se abre un universo de infinitas e impredecibles posibilidades. Desde que leí los cuentos de Julio Cortázar mi relación con los metros se ha contaminado de misterio. Y he experimentado las mismas sensaciones que Johnny Carter en El perseguidor.
Apenas subo al metro y siento que se desplaza con sus movimientos serpentínicos y su rumor metálico, recorriendo rutas paralelas a las calles de la ciudad y transportando a la gente en pocos minutos de un lugar a otro, no puedo dejar de sentir un sobresalto. Me asaltan recuerdos, imágenes trasnochadas, viejas preguntas sin responder. Nunca viajo en el metro como en el autobús con la indiferencia de un autómata. Decidí bajar en la estación Núñez de Balboa. Después me perdí adrede en los pasadizos buscando la mejor ruta a un destino incierto.
Esta vez no sucumbí a la tentación de recorrer la trayectoria del metro de un extremo al otro. Dado mi escaso conocimiento del metro de Madrid y a que carezco del coraje suficiente no me atreví a emprender una odisea mayor. Guiado por el azar tomé la ruta de las Pirámides, estación en la que descendí. Uno de los atractivos de los metros también está en las salidas cuando uno emerge a la superficie y se encuentra con un paisaje diferente. Esta vez fue muy grande mi sorpresa cuando descubrí una multitud de personas que deambulaban por las calles, ciclovías y puentes.
Como si hubiera salido de un chapuzón en el mar, me restregué los ojos. Recién me percaté que se trataba de la “desescalada” o el desconfinamiento. Como de una larga somnolencia o de una larga abstención había que salir del prolongado encierro gradualmente. No será como el confinamiento que cayó como una tromba que trastocó la realidad para siempre. El presidente de España la ha anunciado con cautela como un proceso que se llevará a cabo de forma gradual y asimétrica. Por lo pronto, ya se han otorgado días de asueto para que los niños – el sector más sensible al encierro obligatorio y el menos vulnerable a la pandemia- y después los adultos salgan de la cuarentena en horarios programados.
Desde la hora cero de este asueto la gente se volcó masivamente a las calles y gozó de un placer simple que parecía olvidado. Se dedicó a caminar y a mirar la ciudad en la que vivían como si despertaran de un letargo y volvieran a reconocer palmo a palmo la ciudad en la que habían nacido o elegido para vivir desde hace algún tiempo, cuyo nítido recuerdo se había extraviado en el frondoso bosque de la memoria.
Me sorprendió ver a la inmensa mayoría de la gente vestida con ropa deportiva y calzando zapatillas, montar en bicicletas, patines, skateboards, disfrutar de las vías urbanas, lejos de los malls y los restaurantes, reconociéndose unos a otros como si se trataran de personas que acababan de conocerse. Otra cosa me llamó la atención sobremanera: el aspecto mustio de las calles de Madrid. Los pequeños negocios cerrados le quitaban su aureola de festividad. Entristecido por esta constatación decidí volver al metro. Eran pasada las ocho de la noche y el sol se entercaba en el horizonte.
Cuando salí del metro rumbo al departamento donde vivo la cuarentena con el rigor de un monje cartujo ya era noche cerrada. Un día más que descontar de un plazo que parece tardar en cumplirse.

Manuel Rodríguez



El Nuevo Lider

El Nuevo Lider es el nombre del diario digital de noticias de interés público del acontecer local, nacional y mundial.


CONTACTENOS

942959183