DESDE MADRID DIARIO DE UN CONFINADO
Por Domingo Varas Loli
El presidente Pedro Sánchez apareció en la televisión la noche del 14 de marzo y con oratoria parsimoniosa anunció que debido a la propagación exponencial del coronavirus se decretaba una cuarentena de quince días en todo el territorio nacional. Durante su discurso evitó hacer un mea culpa a pesar que la marcha del 8-M por el Día de la Mujer y otros eventos públicos, realizados con la autorización del gobierno y la participación de líderes del PSOE, habían sido los detonantes de la crisis sanitaria.
El jefe del gobierno español no usó la expresión cuarentena, de ingratas reminiscencias porque podía evocar en el imaginario popular las penosas epidemias de la Edad Media, ni confinamiento por sus connotaciones de encierro forzoso. Habló de inamovilidad social, un eufemismo para evitar que cunda el malestar o el pánico. La gente lo escuchó con cierto escepticismo y apenas terminó su mensaje a la nación reanudó sus actividades. Nada hacía presagiar que de esta inocua manera comenzaba una de las experiencias colectivas inéditas en la historia de la humanidad.
La noche era virgen y en las calles la movida madrileña ejercía una tentación irresistible. Los bares y tascas estaban repletos, por lo que sin mucha precaución entré en uno de ellos y me confundí con los eufóricos parroquianos. Bebí varias cervezas y lancé hurras durante la transmisión de un partido de fútbol, camuflándome como uno más de los hinchas para no llamar la atención. Pasada la medianoche me apuré en salir. Me habían advertido que el metro circulaba hasta poco más de la medianoche y no quería tomar un taxi. Los treinta euros que me cobró un taxista por traerme del aeropuerto al departamento del barrio Moratalaz mae había dado un escarmiento. Le pagué a regañadientes y me prometí que durante mi estadía en Madrid no volvería a subirme a un taxi.
Al día siguiente no me apercibí del aspecto patibulario de la cuarentena porque era domingo. Ese día lo pasé metido en casa. El resto de esa semana viví el confinamiento como una experiencia neutra, sin la carga ominosa que conlleva cualquier restricción a la libertad de movimiento. Me apresuré más bien a hacer un pedido de libros a Amazon, lo asumí como una ocasión propicia para leer. La vida breve de Juan Carlos Onetti se convirtió en mi libro de cabecera durante estos días.
El confinamiento ejerce con sutileza sus nocivos efectos y uno no se da cuenta de esta labor de zapa hasta que se comienza a perder la noción del tiempo. La inamovilidad o la repetición de movimientos y actividades en el estrecho ámbito de cuatro paredes estropean nuestro radar interno y nos llevan a confundir el día con la noche, y viceversa. El cielo encapotado de Madrid en los amaneceres del invierno contribuye a este extravío. Al comienzo creí que se trataba de un efecto retardado del jet lag (desorden horario) que afecta a quien ha realizado un viaje intercontinental.
El paso de los días enmendó esta idea. He pasado desvelado la mayor parte de las noches y solo al filo de la baja madrugada me vencía la somnolencia tras una dura lucha por conciliar el sueño. Cansado de leer durante el día en las noches me entretenía escuchando los últimos radionoticieros que culminan antes de la medianoche, luego viene un menú variado y curioso que va desde Radio Éxito con su programación exclusiva de cartománticas que leen el destino de insomnes radioescuchas hasta los musicales que propagan música electrónica, clásica, romántica…Así me he pasado varias noches cambiando frenéticamente de dial.
Por las mañanas me despierto escuchando “La mañana de Federico”, programa de noticias conducido por Federico Jiménez Losantos, un periodista que ve comunistas hasta en su plato de sopa. No obstante que no comparto ninguna de sus ideas y que me parece sufre de paranoia al calificar de comunista el gobierno de Pedro Sánchez lo escucho atraído por el desparpajo con que hace uso de la libertad de prensa. El otro periodista de radio que escuchó con atención es Carlos Herrera de Radio Cope. Ambos periodistas son biliosos opositores al régimen y feroces y alucinados anticomunistas.
Entre los noticieros matinales de la tele veo el programa de Ana Rosa y cuando este culmina Ya es mediodía que dirige la carismática Sonsoles Ónega en Telecinco. Al terminar mi maratónica jornada de consumidor compulsivo de noticias no termino hastiado como me ocurre en el Perú. La diferencia con nuestro país es que los noticieros en España son menos esperpénticos: no muestran la sangre con impudicia, respetan el dolor ajeno y jerarquizan la información mejor, de tal manera que la violencia cotidiana en sus diversas expresiones queda confinada en los tramos finales de los programas informativos.
El resto de la mañana leo novelas, ensayos, revistas, artículos. Al mediodía, infringiendo la cuarentena, camino unas tres cuadras hasta el quiosco de periódicos donde adquiero mi ejemplar del diario El País y lo leo con avidez de atrás hacia adelante. Primero las crónicas y las columnas con temas que nos sacan de la actualidad más efímera, luego las notas culturales y deportivas, los reportajes de actualidad y, finalmente, la sección internacional que no pierde de vista que vivimos en un mundo globalizado y por tanto interdependiente. Resulta imposible leer de un tirón las más de cuarenta páginas de que consta la edición de El País: los artículos de fondo los separo para leerlos en el momento más propicio, generalmente en la noche, antes de acostarme a dormir.
El resto de la jornada me dedico a escribir y, paradójicamente, a rehuir escribir. En realidad todo el tiempo está latente el deseo de escribir, aunque debo confesar que me gana más el instinto de lector. La lectura es una tentación irresistible que hace que postergue el momento de sentarme a redactar. Cuando ya no hay más remedio porque se acabaron las coartadas y excusas recién me resigno a escribir. Soy, mal que me pese, un escritor de tiempos residuales.
En estos últimos días la cuarentena ya muestra su faz más inmisericorde. Lo que comenzó como un anuncio fútil ha terminado por convertirse en una experiencia ominosa. En mi caso agravada porque al encierro forzoso e indeterminado se añade el hecho de que se acerca la fecha de mi viaje de retorno y las noticias no son muy auspiciosas. Algunos dicen que España abrirá sus fronteras en setiembre, otros que recién en diciembre, y ya cae sombra en el alma. Trato de mantener la calma y no caer en la angustia. Me desasosiega, sin embargo, que cuando arribe al Perú me espera otro confinamiento forzado. Como si vivir esta odisea no hubiera sido suficiente.