Desde Madrid con DOMINGO VARAS/ Un escritor en la pandemia

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DESDE MADRID/ UN ESCRITOR EN LA PANDEMIA

Por Domingo Varas Loli
El escritor Juan Morillo Ganoza (Taurija, Pataz-1939) vive en Madrid después de casi cuatro décadas de residencia en Pekín. En esta entrevista nos cuenta cómo transcurre su rutina en medio de la pandemia del coronavirus y comparte su visión sombría sobre el futuro de la humanidad.
De paso por Madrid llamé por teléfono a Juan Morillo. Quedamos en encontrarnos en la plaza Callao, tomar un café y entregarle unos libros. Lo divisé en medio de la multitud de gentes que atesta esta plaza el fin de semana y levanté la mano para que me reconozca. Me hizo un gesto amable, nos saludamos con un abrazo efusivo y nos dirigimos a la terraza de un café. Hablamos largo rato y al despedirnos le pedí que tras mi retorno de Alemania me concediera una entrevista. No imaginábamos que el azar nos iba a jugar una mala pasada: dos o tres días después se declaró la cuarentena en España y tuvimos que confinarnos.
Han transcurrido treintitantos días de confinamiento y una de estas mañanas lo he vuelto a llamar tras vencer cierta aprensión porque sé que está escribiendo la primera versión de su novela La rueda de la fortuna. Me apenaba interrumpirlo, más aún considerando que su rutina de trabajo no es la de un galeote, pues solo dedica dos horas por la mañana y dos horas por la tarde a la redacción de sus cada vez más voluminosas novelas.
“A mí el aislamiento no me afecta porque forma parte de mi rutina, lo que no quiere decir que viva en una torre de marfil y no sienta el confinamiento como una tragedia colectiva”, declara cuando le pregunto cómo sobrelleva la cuarentena.
Desde hace poco más de dos años, Juan Morillo vive en Madrid, ciudad que visitó por primera vez en 1984. Nada le llamó la atención aquella primera vez, incluso no encontró grandes diferencias (o más bien halló algunos parecidos) entre Lima y Madrid. España era entonces un país que recién comenzaba a salir del subdesarrollo.
A partir de esta primera visita, venía cada año a pasar sus vacaciones y poco a poco fue entablando un idilio con Madrid. Los amigos españoles que hizo durante sus viajes a esta ciudad y otros en Pekín contribuyeron a forjar esta relación que lo ha llevado a radicarse en esta urbe después de haber vivido treinta y nueve años en la capital de la República Popular de China.
La decisión de su hija Isolda de radicar en Burdeos, Francia, junto a los nietos del escritor, precipitó su decisión de abandonar Pekín, ciudad en la que había vivido a un ritmo apacible en los últimos diez años después de haberse jubilado de Radio Internacional de China y de la docencia en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín, en cuya Facultad de Español había impartido clases de Literatura Hispanoamericana.
En realidad, no tenía razones para emigrar: su vida discurría cómoda y tranquila. Cambiar de residencia no fue, por supuesto, una decisión fácil. Por ello, le dio muchas vueltas a la idea antes de decidirse. Y ahora, por fin, luego de una farragosa mudanza internacional, está instalado en el tranquilo barrio de El Plantío, a diez minutos en autobús del centro de Madrid.
Morillo fue testigo de los comienzos de la transición española hacia la democracia: vio la euforia de los jóvenes por la libertad y el ruido y los excesos de la movida madrileña. Y, aunque ya había presenciado el vertiginoso proceso de cambios en China, no dejó de admirar el caso español.
“En China -declara – he vivido inmerso en el acontecimiento histórico más interesante y sorprendente. Ver cómo una aldea se convertía en una metrópoli que se puede comparar con Nueva York, Londres o París fue algo increíble: ni el milagro alemán ni el milagro japonés se le compara por su nivel de explosivo desarrollo.”
Pareciera que la historia le pisa los talones, pues ahora que cuenta con más de ochenta años, vuelve a ser testigo de otro hecho que cambiará la historia de la humanidad. Y él, con ese olfato de sabueso para detectar acontecimientos históricos, admite sentir incertidumbre ante lo que califica como una guerra contra un virus. Esto a él lo conmueve y lo saca de su existencia apacible, perturba sus lecturas y lo compromete moralmente con la catástrofe que padece el mundo entero.
“Veo bastante sombrío el futuro, no sé cómo vamos a salir de esto. La paralización de la economía y la pérdida de puestos de trabajo afecta no solo a España sino a todo el mundo. ¿Qué pasará cuando esta epidemia se propague con todo su furor en los países de pocos recursos, los de África, por ejemplo?”.
Le pregunto por los libros que está leyendo aprovechando el tiempo libre de este confinamiento que ya lleva mes y medio en Madrid. Me cuenta que está leyendo A la orilla del agua, una obra clásica del siglo XII o XIII de cuatro tomos de quinientas páginas cada uno. Se trata de una de las cuatro obras clásicas de la literatura china en cuyas páginas se sumerge como avezado lector.
Poco después volvemos a tocar el tema que está en boca de la humanidad. Le pregunto si tiene miedo a la situación que vivimos, a la muerte en particular. Me responde que es consciente de que se halla dentro del grupo vulnerable al coronavirus y que asume con estoicismo esta condición.
Juan Morillo Ganoza está curado del susto. Habla sin inmutarse de la pandemia que ha puesto a Madrid en jaque. Antes de despedirnos y prometernos que nos veríamos apenas se levante el confinamiento, me cuenta que había planeado viajar al Perú este mes de abril y que obligado por las circunstancias ha tenido que postergar su viaje. No ve mucha televisión y eso los libra de contaminarse de ideas tóxicas y negativas. Del Perú, sabe las pocas cosas que le cuentan sus parientes y lo que más lamenta es que algunos peruanos no cumplan cabalmente las medidas dispuestas por el gobierno y que por eso se haya implantado el toque de queda.
Refiere que la novela que está escribiendo transcurre en diversos escenarios como Trujillo, Lima, París, Pekín. Cuando le pregunto si incluirá en la novela algunos aspectos de la crisis actual me contesta que aún no lo sabe. “Trato de no caer en la depresión, pero la verdad es que no veo las cosas con mucho optimismo”, concluye antes de colgar el teléfono y volver a sumergirse en el mundo de la ficción.

Manuel Rodríguez



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