SEMANA SANTA/ Las acusaciones contra Cristo

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Los que se oponían a Cristo reaccionaron contra el Señor intentando desprestigiarlo con todo género de críticas. El común denominador de todas sus acusaciones es que Jesús no cumplía la Ley

Le acusan de blasfemo, cuando perdona los pecados al paralítico y después le cura de su enfermedad (cfr. Mt. 9, 3-39) Dicen que es pecador: «sabemos que este hombre es pecador» (Jn. 9, 24), y le acusan de pecados concretos contra la Ley, como violar el sábado haciendo milagros y curaciones, como si no fuese lícito hacer el bien en sábado (cfr. Jn. 5, 16) También le llaman mentiroso, porque «tú das testimonio de ti mismo, y tu testimonio no es verdadero» (Jn. 8, 13)

Le acusan de ser amigo de pecadores y comer con ellos, sin ver que Jesús no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Otras acusaciones eran que engañaba al pueblo llevándole por caminos distintos de los que establecían los guías oficiales de Israel, cuando en realidad esto ocurría porque eran guías ciegos, que hacían caer a todos en el pozo. También decían que era ignorante porque no había estudiado en ninguna de las escuelas de Israel, cuando esto era una prueba más de su mesianidad, ya que conocía las Escrituras mejor que los maestros de Israel sin haber estudiado. Otra acusación es que estaba loco, e incluso muchos de sus parientes interpretaron así su predicación tan fuera de lo ordinario.

Pero la acusación más grave fue la de decir que estaba endemoniado, y que hacía sus milagros con el poder de Satanás. Sólo así podían explicar su lucidez y la multitud de milagros que hacía. A estas acusaciones Jesús responde diciendo: «Todo reino dividido contra sí será desolado y toda ciudad o casa dividida contra si no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí. ¿Cómo, pues, subsistirá su reino? Y si yo arrojo a los demonios por el poder de Belcebú, ¿con qué poder los arrojan vuestros hijos? Por eso serán ellos vuestros jueces. Mas si yo arrojo a los demonios con el espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt. 12, 25-28) Pero ellos no quisieron aceptar esa realidad porque vivían esclavizados por sus pecados.

Jesús pone en claro el sentido profundo de toda ley: obrar el bien. Como los fariseos y escribas habían reducido la ley a los preceptos formales externos, dividían a los hombres, según este cumplimiento, en buenos y malos, en justos y pecadores.

Para ellos, Jesús es un enemigo, un blasfemo, porque predica un Reino de Dios, que llega como gracia y perdón de los pecados y no como juicio.

Por eso, no entenderán que cure en sábado, ya que para ellos es más importante la inactividad mandada por la Ley en ese día, que ejercer la compasión y hacer el bien a una persona que sufre.

Se escandalizan de que Jesús coma con pecadores o que atienda a una mujer de mala vida en casa del fariseo que le invita a comer. Jesús les explica el más profundo sentido de la salvación que El trae, al decirles: «quedan perdonados sus muchos pecados, porque maestra mucho amor» (Lc. 7, 47)

Jesucristo, en su predicación, no está más que llevando a la práctica algo que ellos sí sabían repetir de memoria: que el primer mandamiento es: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc. 10, 27)

Debieron sentirse muy heridos los escribas y fariseos cuando les explicó Jesús la parábola del samaritano (Lc. 10, 29-37), en la que este hombre impuro e inferior, según ellos, tiene una conducta de amor al prójimo que es valorada por encima de la del sacerdote y la del levita, que no socorren al hombre asaltado y dejado medio muerto porque un precepto de la ley inventada por ellos les prohibía tocar un cadáver.

Jesús llega a decirles que los publicanos y pecadores les precederán en el camino del Reino de los Cielos. Ya se entiende que en el supuesto de que se arrepientan de sus pecados.

Por todo ello, no puede extrañarnos que los evangelios digan: -Buscaban la manera de acabar con El, -intentaban quitarlo de en medio. Y, como manifestación máxima de la oposición a Jesús, el consejo de Caifás: «que era mejor que muriera uno solo por el pueblo» (Jn. 18, 14).

Manuel Rodríguez



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