La palabra de DOMINGO VARAS/ Crónica de una cuarentena desde la ciudad de Madrid

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Crónica de una cuarentena desde la ciudad de Madrid

Escrita por Domingo Varas Loli

Hace cinco semanas, nada hacía presagiar en el aeropuerto Barajas- Adolfo Suárez de Madrid la catástrofe que se abatiría poco después en España y se extendería por el mundo a una velocidad de vértigo. Hasta entonces las noticias sobre los estragos de la epidemia en China e Italia apenas ocupaban minúsculos recuadros en las primeras planas. Los viajeros embarcaban y desembarcaban sin tropiezos ante la mirada indolente de los empleados de aduanas. Tan rutinaria era la jornada que frente a la oficina de inmigración logré colarme en la fila de españoles y otros ciudadanos europeos sin llamar la atención. El guardia de frontera selló mi pasaporte y me lo entregó sin mediar palabra.

Tras recoger el equipaje, lo primero que hice fue hojear los diarios El País y El Mundo, consciente de que los medios de comunicación reflejan, aunque sea de manera distorsionada, la situación de un país. El debate público giraba en torno a la figura de Benito Pérez Galdós. La escena literaria española estaba dividida entre los que criticaban al autor de los Episodios nacionales y quienes cerraban filas defendiéndolo a capa y espada. Al salir del aeropuerto una ráfaga de viento me caló hasta los huesos.

ANTES DE LA TORMENTA

Los primeros quince días discurrieron sin sobresaltos. En las calles de Madrid circulaban despreocupados miles de turistas y los habitantes de esta urbe vociferaban en las tascas, inmunes al miedo y a la incertidumbre. Madrid es una ciudad tan hospitalaria que nadie que la visita se siente un extraño. En el metro, los museos, las calles y plazas uno se siente integrado en la marea humana de ciudadanos de diversas etnias y culturas que han aprendido a convivir en armonía. Ninguna señal anunciaba la tormenta que se avecinaba.

Las inquietantes noticias sobre el confinamiento en Italia llegaban asordinadas, como si se tratara de un peligro remoto. Un exceso de confianza había obstruido la capacidad para detectar amenazas y riesgos. El fin de semana previo al anuncio de cuarentena se jugaron los partidos de fútbol de la liga española en estadios abarrotados, el partido político Vox celebró un mitin y el 8 de marzo una masiva y efervescente movilización se había congregado en la Puerta del Sol para conmemorar el Día de la Mujer.

Este último evento fue la gota que rebasó el vaso. Al día siguiente las cifras de contagiados y fallecidos por el Covid 19 subieron imparablemente, haciendo evidente que se tenían que adoptar drásticas medidas. Esa noche, Pedro Sánchez compareció en la televisión para anunciar el comienzo de la cuarentena. Hasta entonces la mayoría de españoles no era consciente de la magnitud de la catástrofe, creyeron que se trataba de una medida liviana y de corta duración.

Considerando la idiosincrasia del pueblo español, la inamovilidad social era una medida draconiana. Los españoles están acostumbrados a hacer mucha vida social en los cafés y las tascas donde se desahogan de las peripecias cotidianas. No obstante, con acendrado espíritu cívico, acataron el confinamiento. No faltaron, por supuesto, los ciudadanos que desacataron la orden, pero fueron casos aislados.

EL INFIERNO LLEGA

Los primeros días fueron los más hostiles, el encierro se parecía mucho a una reclusión carcelaria. Pero, de inmediato, diversas instituciones y los medios de comunicación comenzaron a idear mecanismos para reducir el estrés del encierro. El suplemento literario Babelia de El País encuestó a varios escritores solicitándoles que recomienden una obra literaria que debía ser leída en este forzado exilio. Mario Vargas Llosa recomendó leer La montaña mágica de Thomas Man. Javier Cercas nos sorprendió recomendando Zama, una novela del cuasi desconocido Antonio di Benedetto.

Con el paso de los días la cuarentena adquirió el sentido de una gesta épica. Ver las imágenes de hospitales atestados de pacientes que lucían despatarrados en camillas y en sillas esperando su turno en las unidades de cuidados intensivos exacerbó el sentimiento patriótico de los españoles- De pronto, como un gesto espontáneo de solidaridad con la denodada labor del personal sanitario de los hospitales que se batían en lucha frontal contra el virus, los españoles comenzaron a aplaudir desde los balcones a la misma hora: las ocho de la noche. Mujeres, hombres, niños, viejos, jóvenes al unísono se confunden en un gesto que revela la unidad indisoluble de esta sociedad afectada por un mal común. Las melodías de “Resistiré”, una canción del Dúo Dinámico que había estado en boga a fines de los años ochenta, resucitó y es tarareada por españoles de toda condición. Las televisoras ofrecieron una variada programación cultural e incluso comenzó a difundir programas educativos para los niños y adolescentes.

Se improvisaron gimnasios en las casas donde se practicaba desde atletismo hasta Tai chi y algunos aficionados a la música brindaron muestras de su virtuosismo en diversos instrumentos musicales.

En medio de la crisis sanitaria una historia conmovió a la opinión pública. El caso de un paciente de Alzheimer llamado Hermann que desde hace algún tiempo entretiene su rutina tocando la armónica, y al que su nodriza le ha hecho creer que las salvas de aplausos que estallan todos los días a la misma hora son la recompensa a sus improvisados recitales. Herman ha recuperado su alegría de vivir gracias a esta mentira piadosa que contrasta con la cruel realidad que vivimos a diario.

EL DOLOR Y LA ESPERANZA

Pero los desastres no solo ponen a la luz nuestras grandezas; también nuestras miserias quedan expuestas al escrutinio público. La mayor de ellas se hizo patente cuando se fueron descubriendo las muertes de ancianos en las decenas de residencias de la tercera edad que funcionan en Madrid. Así se hizo evidente la deplorable condición en que pasan sus últimos días miles de ancianos en España y, en general, en el resto de Europa. La soledad estoica de estos es quizá una de las situaciones más aciagas. La capacidad de asimilación del horror fue puesta a prueba con imágenes como las del Palacio de Cristal, una espléndida pista de patinaje convertida en una morgue. Estas imágenes macabras hicieron resucitar ominosos fantasmas del pasado.

España casi tocó fondo en esta crisis sanitaria. Por momentos se hizo inminente el riesgo del colapso del sistema sanitario que, según los especialistas, era uno de los más eficaces del mundo. La solidaridad multitudinaria y la reacción del Estado y de instituciones como el ejército, que logró convertir el IFEMA, un amplio centro de convenciones, en un hospital de campaña en tiempo récord, lograron conjurarlo. La Organización Mundial de la Salud lo ha catalogado como el “Hospital Milagro”.

Ni la oposición política cainita ni denuncias de corrupción han ensombrecido estos aciagos días. Los múltiples errores cometidos durante la gestión de la crisis serán parte de ajustes de cuentas que los españoles han postergado ante la convicción unánime que la prioridad es salvar vidas humanas. La catástrofe sanitaria aún no se ha resuelto, pero las frías y cínicas estadísticas indican que ya se ha atravesado el pico más letal de la epidemia.

Al momento de escribir estas líneas todavía se sigue librando a brazo partido la guerra contra el virus. El presidente Pedro Sánchez ha anunciado que la cuarentena se prorrogará quince días más y los sufridos ciudadanos hemos aceptado resignados y confiados este duro encierro. Una clara lección de esta tragedia es que la unidad, la disciplina social y la solidaridad son claves necesarias para vencer a cualquier catástrofe humana y natural. Estos días en Madrid anochece y amanece más tarde. Cada día valoro más la luz solar que se cuela por la ventana y el aire que respiro. Siento que el fin de la pesadilla está cada vez más cerca.

Manuel Rodríguez



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