Augusto Álvarez Rodrich
Es curiosa porque, no siendo obvia la conexión del PH con un virus que no tiene a la diarrea como un síntoma frecuente, se repite en estos días de Madrid a Austin, de Auckland a Chepén, de Roma a Sullana, y de Lima a Hong Kong, donde unos asaltantes atracaron esta semana un bazar para robar PH.
Las explicaciones abundan y algunas coinciden en que varios factores psicológicos generan ansiedad por el riesgo del coronavirus, y llevan a juntar PH con afán y entusiasmo frenéticos.
El experto más citado sobre la compra compulsiva de PH es Niki Edwards, de la Universidad Tecnológica de Queensland: la gente calma su ansiedad en situaciones que no puede prever con acciones que sí controla, como la compra compulsiva de lo que, sin duda, le faltará en el futuro, como el PH.
Pero este modesto espacio cree que hay un factor más práctico: el PH no tiene sustituto. El problema: no es fácil almacenar en casa el acaparamiento.
Algo parecido al PH ya se usaba en China en el siglo VI a. C., pero es recién en 1858 que el estadounidense Joseph Gayetty inventa el PH moderno publicitándolo como ‘la mayor necesidad de la época’, aunque su difusión crece cuando los hermanos Clarence e Irvin Scott lo produjeron, en 1890, en rollos, el formato que hasta hoy se utiliza, en los modelos liso, gofrado o laminado.
El avance global del coronavirus desnuda las fragilidades estructurales en muchos países, como en el Perú, pero hoy, como ayer, y aunque es obvio que el COVID-19 no viene con una diarrea, la gente sigue creyendo, en todo el mundo, que es la mayor necesidad de la época. Buen trabajo, Mr. Gayetty.