La confesión de SIGIFREDO ORBEGOSO/ ¡ Mi última voluntad !

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MI ÚLTIMA VOLUNTAD!

Escribe:
Sigifredo Orbegoso V.
La decidí hace muchos años; pero la manifiesto ahora. Tal vez ante la eventualidad – hoy como nunca – más inminente de ese viaje sin retorno. Estimé que era necesario expresar mi última voluntad públicamente, de modo que no fuera mal interpretada o alterada. Pues no tenía que ser un secreto y menos ante la necesidad inexorable de los hechos según los cuales es evidente que muchos nos vamos cada vez alejando de la cuna y acercándonos al final de el camino. La ley natural.
CHOCANO decía : «Solo necesito un metro de tierra para enterrarme de pie». Yo ni siquiera eso deseaba por mi parte. Prefería que mis cenizas fueran arrojadas al mar, para yacer eternamente entre los peces. La pregunta que BÉCQUER se hace ante el cadáver yerto de la Niña de su poema «Que solos se quedan los muertos»: «¿Todo es sin espíritu / podredumbre y cieno?, me horrorizaba más que la muerte. Era la repugnancia que particularmente sentía ante la inevitable fauna cadavérica brotando del cuerpo de los muertos. No lo soporto como en el ámbito de la moral y la política, la traición me produce arcada.
Tampoco me sedujeron nunca las Pompas fúnebres. Y los rituales de los de los responsos, las letanías y cánticos, que corresponde a los creyentes que se preparan para gozar de la otra vida. Están en su derecho de acuerdo a sus creencias. Pero yo me he confesado una vez en mi vida cuando recién ingresaba al Colegio y el acto era obligatorio. Pero esa experiencia me llevó a concluir que, como los Juramentos que se hacen para asumir los altos cargos de Estado, constituyen la expresión de una enorme hipocresía. Nunca me pareció coherente ver gente que se confiesa y comulga todos los domingos. ¿Es que nunca se arrepiente? O peca tanto?
Tampoco me sedujeron los mausoleos que, creo, deben ser reservados para perennizar las hazañas de los que en vida fueron héroes o prohombres de sus pueblos y sus patrias. He visitado las tumbas del Libertador Don José de SAN MARTIÍN, de Simón BOLÍVAR, de BONAPARTE, de LENIN con STALIN cuando aún éste no había sido removido de la Plaza Roja, el Sarcófago en la Basílica de San Pedro, del papa JUAN XXIII a quien he admirado por su sorprendente valor para luchar por la Justicia y los pobres en un momento tan difícil para el Mundo. Y nunca podía dejar de conmoverme ante la Gruta del Comandante CHE GUEVARA y sus compañeros, en Santa Clara, Cuba, Encontré que todos eran dignos de ser visitados por las generaciones que se suceden en la Historia. Pero uno, que apenas puede haber arado un surco que la lluvia y el viento han borrado, ¿qué? Ya he dicho que mientras haya alguien que lo recuerde vivirá, luego pasará a ser parte de las reflexiones de SARTRE ,en el «EL SER Y LA NADA».
Estar bien con mi conciencia, ha sido para mi la mejor forma de encontrar tranquilidad espiritual. A la conciencia no se la puede sobornar ni adular. Cumplir con mis deberes familiares, amicales o ciudadanos, me han permitido tener autoridad moral para criticar sin caer en la impostura ni ni la maledicencia. Jamás he cometido una canallada ni con hombres ni menos con mujeres. Sé que en la vida no falta un paranoico o una histérica, que a veces esperar que uno muera para desbarrar. Por eso, y en otros actos públicos ya he puesto a disposición mi vida para quienes quieran juzgarla. Ojalá todos pudieran hacer lo mismo.
Mantener mis principios y convicciones, me ha costado perder muchos amigos; pero yo no entiendo la amistad con renunciamientos. Sin embargo, esa línea ha tenido su recompensa: he ganado otros. Nunca me ha importado quedarme solo, lo que me ha ocurrido muchas veces, ni he comprobado primero cuántos levantan la mano para yo adherirme a una votación. Preferible solo que mal acompañado, es una expresión de lógica incuestionable. He bailado al son que he querido, no al que me han tocado. No me ha espantado la soledad por principio, aunque tenga que chocar con el rebaño en busca de pastor. Probablemente me venga de herencia: mi abuelo paterno vivió una soledad digna aunque – me cuentan – no le importó mutilar su apellido aristocrático antes que inclinarse. Me consta porque estuve – apenas entrando a la adolescecia – en sus últimos días hasta que falleció. De su sepelio guardo fotografías.
Y no me quejo: he vivido a mi manera. Tuve la suerte de poseer una madre prematuramente viuda; pero que forjó mi carácter para no permitir que nadie me atropellara: sabía que la vida no era un lecho de rosas que tenía que recorrer solo. De lo contrario, tal vez habría sido un minusválido o un «Niño Goyito» como el descrito por Pardo y Aliaga. Pero felizmente he podido alcanzar mis metas todas en buena ley. Sin arrimarme a sombras donde crecen los hongos. Mis úlimos pensamientos serán para ella. Pero, sin embargo, como en la sociedad en que vivimos, las fortunas no se obtienen con el trabajo, yo no tengo ninguna. Por eso no dejaré Testamento. Nada hay que repartir. La casa familiar para mis tres únicos hijos, todos profesionales, habidos dentro de matrimonio, en el que hubo una separación de facto hace muchos años; pero se mantuvo la unidad familiar por razones especiales que había que proteger. Se dividirán de acuerdo a ley.
Terminaré con las palabras de Amado NERVO: «¡Vida, nada me debes! ¡Vida estamos en paz!»
No me estoy despidiendo, solo expresando cómo quiero que sea mi último adios!, Seguiré como francotirador en la lucha por la Justicia y contra la Corrupción, ya que las trincheras antes llenas de combatientes, ahora las veo vacías.

Manuel Rodríguez



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