CRÓNICA/ Adán Vargas González / La grandeza de la humildad

OvaloLaredo

ADÁN VARGAS GONZÁLEZ/ La grandeza de la humildad

* RECOGEDOR DE CAÑA DE AZÚCAR, SOLDADO Y CORRESPONSAL

Escribe:

Manuel Rodríguez Romero

Periodista Colegiado

En Laredo no pasaba desapercibido. Todos o casi todos conocían a Adán Vargas González. Su humildad escondía singulares atributos con los que se ganó el cariño popular.

A los 14 años de edad llegó de su natal Chuquizongo (Usquil). Ingresó a trabajar a esa edad recogiendo la caña que caía, cuando era transportada al ingenio para la molienda. A la vez tenía que asistir a clase que daba el SENATI.

Cuando cumplió los 21 años, siendo reservista, decidió ir al Ejército como voluntario, porque quería servir a la patria. Ese era su anhelo desde niño. Soñaba con ser soldado.

Hizo servicio militar en Alto Talara, en la Primera Agrupación de Caballería Blindada, donde fue tirador selecto (campeón en “tiro al blanco”). Esa unidad militar, tiempo después, dejó los caballos por los tanques. 

Al regresar a Laredo trabajó como soldador, oficio que aprendió de soldado y también por correspondencia. Por ese tiempo descubrió que tenía afición por la fotografía. Se dio el gusto de comprar una cámara fotográfica, la que se convirtió en su fiel compañera y sólo la muerte la separó de ella.

Muchos años trabajó en el área de Relaciones Públicas de la entonces cooperativa agraria azucarera Laredo, de donde renunció “porque ahí el personal sólo se dedicaba a leer periódicos y era el único que trabajaba” y eso no le gustaba.

Conocí a Adán Vargas en 1972, cuando conducía el espacio radial “Cooperativas en Marcha” en radio Sudamericana. Llegaba frecuentemente a dejar las notas de prensa de la empresa azucarera.

En julio de 1973 me cuenta que en La Industria, diario del cual era corresponsal de Laredo, había un concurso para cubrir dos plazas de redactor de noticias. Postulé y gané una. De no haber sido por él, tal vez no hubiera llegado a trabajar en el diario de la familia Cerro, en el que me quedé cerca de 24 años (1993-1996). De ahí mi gratitud con él y que ahora la hago pública.

En La Industria, los colegas le tenían un especial aprecio, por sus bromas y ocurrencias, por su apego al periodismo y su afán de traer al diario las primicias de su querido Laredo. Era el único corresponsal que llegaba hasta la sala de redacción y que podía contestar el teléfono.

“Cuál es la última”, le pregunté la primera vez que lo atendí. Tenía la particularidad de no escribir, pero sí de narrar verbalmente los hechos “con pelos y señales”. Era una grabadora humana, que tenía una memoria prodigiosa y fantástica, como pocos. Por aquella época no existían grabadoras, y si las había eran de cinta y grandes. Los periodistas de aquel tiempo, por lo general, usábamos sólo lapicero y papel.

Preferíamos que nos cuente el hecho. Era sorprendente, los discursos los aprendía de memoria. Fui testigo cuando mi colega Alejandro Cosamalón (+) fue comisionado a entrevistar a un embajador. Lo hizo acompañado de Adán Vargas, debido a que en ese momento no estaba el reportero gráfico de planta.

“Alejo”, al tratar de desgravar las declaraciones del embajador, se cerciora que no había grabado. Gran problema. Adán, que estaba cerca, se da cuenta del detalle y le dice al colega que no se preocupe, que él se acordaba de todo lo que dijo el diplomático. La nota fue publicada al día siguiente.  

No puede escapar de mi memoria aquella vez cuando encontré a Adán Vargas en Casa Grande, en 1976. Mi amigo Oscar Samillán, instructor de vuelo del Aeroclub de Trujillo, por esos días, me enseñaba a conducir avioneta. Durante una de las clases nos dirigimos del aeropuerto de Huanchaco a Casa Grande. Al aterrizar vi, a poca distancia, a mi amigo Adán. Me tomó unas fotos junto a la nave, Samillán y mi hermano Luis Antonio.

Invité a Adán abordar la avioneta Cessna de regreso al aeropuerto de Huanchaco. Era la primera vez que viajaba por los aires y como es natural le traicionaban los nervios y viajó con los “pelos de punta”.

Adan Vargas, corresponsal del diario La Industria, desde 1965.

En la azucarera trabajó 54 años. Antes que los colombianos compren las acciones de la empresa, fue destacado como capitán de campo de cultivo zona 3″ y era el que asignaban las tareas a los trabajadores.

Gratos recuerdos de un ser, que hasta hoy muchos lo recordamos. Su vocación de comunicador social lo heredó con creces su hijo Lucho.

 

Manuel Rodríguez



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